"Marchen sobre Beethoven" por Sergio Fuster


Bajo la creciente amenaza nuclear y la crisis social y climática que padecemos, los “entes con teléfonos” no solo están ciegos, sino más que nunca están subsumidos en el goce de la nada


Cuando en 1969 Herbert Marcuse viajó por Canadá pronunció allí un breve discurso que finalmente sería editado en aquella memorable antología titulada “La sociedad carnívora”. Tenga en cuenta el lector la época. En ese momento preocupaba a Marcuse la marcha imparable de la “Sociedad Industrial Avanzada”, como él llamaba a su tiempo, y su avasallamiento tecnológico que domesticaban las mentes por causa el goce, por los medios de comunicación hegemónicos, que colonizaban la subjetividad y que hacían imposible una revolución de izquierda para cambiar la realidad como pretendían muchos románticos, es decir, para ir hacia un mundo más justo. Por causa de aquel deleite, de aquella sublimación, las masas preferirían la indiferencia apagando así cualquier posibilidad de despertar a una consciencia de clase.

Pero Marcuse todavía tenía esperanzas en los movimientos estudiantiles – y también en el arte-, como el reciente “Mayo francés”. Muchos grafitis en las paredes de la Sorbona se convirtieron en verdaderos gritos ideológicos de emancipación, como la inscripción ya tan conocida: “La imaginación al poder” o “Seamos realistas, exijamos lo imposible” o “Marchen sobre Beethoven”.

Detengámonos un momento sobre esta última leyenda. Su presencia no es inocente. El músico alemán había compuesto entre sus geniales obras la Sinfonía Novena. Aun sordo puso sonido a la “Oda a la alegría”, extraordinario poema escrito por Friedrich Schiller. Este “Himno a Europa”, en este caso, era para los estudiantes algo así como un “canto al bienestar”, al conformismo, una alabanza a la sociedad de consumo, una armonía al despilfarro, placer que las masas no deberían escuchar para no adormecerse y para poder percibir las contradicciones del sistema. Es la lamentación que aparece en “Doktor Faustus” cuando Thomas Mann plantea el problema que padece su personaje, Adrián Leverkuhn, entre la salvación o la perdición eterna. No se debe vender el alma al demonio del capitalismo. Porque si las sociedades están insatisfechas en esa medida harán la revolución. Entonces… “¡cuanto peor, mejor!”

Pero en aquel “Mayo” la fruición, como si fuese una peste, ya había contagiado a los movimientos estudiantiles. Cuando Sartre, un locuaz orador, fue convocado a dar una charla en una de las aulas de la universidad un joven anónimo e irrespetuoso a la investidura de filósofo escribió en el pizarrón: “Por favor, sea breve”. A nadie parecía importarle un verdadero cambio. El “Mayo” francés termino por causa del “Junio” francés. No fue ahogado por las fuerzas del orden de la sociedad capitalista de De Gaulle, ni por la burguesía que tanto denostaban, fue suprimido por el mismo goce que denunciaban combatir. Como lo notó posteriormente Baudrillard: “aquel levantamiento estudiantil acabó porque se acercaban las vacaciones”. “¡Revolucionaros! ¡A descansar a la playa!”, debería haberse visto también escrito en las paredes del salón.

¿Qué diría hoy Marcuse si viviese? La “Sociedad Industrial Avanzada” avanzó y tecnificó tanto a esa misma sociedad que estamos ahora en la Era digital, donde el materialismo dialectico se ha virtualizado en pueblos que no dialogan, que no reconocen al otro, y la realidad ya no es lo que parece, que ante las contradicciones de las guerras actuales, bajo la creciente amenaza nuclear y la crisis social y climática que padecemos los “entes con teléfonos” no solo están ciegos, sino más que nunca están subsumidos en el goce de la nada. Tan absortos en sus pantallas que ni siquiera muchos de ellos tienen idea quién fue Schiller ni qué legó al mundo el gran maestro Beethoven. 






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