La columna de Guillermo José Luis Bogani

 La Farsa Liberal Guillermo José Luis Bogani Biblioteca Bogani – noviembre 2025

 El liberalismo fue, en su origen, una promesa de emancipación. Prometía que cada individuo podría al fin gobernarse a sí mismo, elegir su destino, abrir un camino propio. Pero con el tiempo esa promesa se volvió un espejismo: lo que fue deseo de libertad se transformó en la administración calculada de los cuerpos, en la economía de las emociones y en el control disfrazado de elección. 

Hoy la farsa liberal ya no necesita doctrinas: se ha vuelto atmósfera, tono de época, sentido común. Habla por boca de todos y dice lo que todos quieren oír: que la vida es una empresa, que la felicidad depende del mérito, que el éxito es una cuestión de voluntad. Pero debajo de esa música amable, late el ruido de una obediencia más profunda. El sujeto liberal no es libre: está entrenado para elegir entre lo que ya ha sido decidido.

 Así, la farsa liberal fabrica individuos convencidos de su autonomía, pero dependientes de un sistema que los vigila con la sonrisa de la eficiencia. No impone cadenas: ofrece contratos. No dicta órdenes: propone incentivos. No prohíbe: distrae. Y en esa distracción se juega su triunfo más sutil. El mercado, convertido en lenguaje universal, no vende cosas sino relatos. Cada producto promete identidad, cada pantalla ofrece pertenencia, cada algoritmo imita la libertad. 

El sujeto moderno no compra objetos: compra versiones de sí mismo. Y el mercado, generoso, le vende infinitas. La vieja idea de ciudadanía ha sido reemplazada por la de consumidor; la de comunidad, por la de red; la de destino, por la de oportunidad. El tiempo ya no se mide en años o estaciones, sino en entregas, plazos y suscripciones. Todo se acelera, pero nada avanza. Todo se comunica, pero nada se dice. La farsa liberal nos invita a hablar de nosotros sin cesar, para que olvidemos lo que somos. 

En el terreno político, su eficacia es aún mayor: logra que los oprimidos crean que son libres, y que los poderosos se crean víctimas. Transforma la desigualdad en mérito, la pobreza en error, la injusticia en estadística. Y cuando el malestar aparece, lo diagnostica como un problema de actitud o de coaching. Así, el dolor social se privatiza, se estetiza, se vende. El liberalismo del siglo XXI no es un sistema de pensamiento, sino una maquinaria de deseo. Su éxito consiste en producir sujetos que no puedan imaginar otra cosa. Cada rebeldía es absorbida, cada crítica se convierte en estética, cada ruptura en marca. La disidencia se diseña, se vende, se renueva por temporada. Y el gesto de libertad termina siendo parte del catálogo. Mientras tanto, las instituciones se vacían, las palabras se desgastan, las utopías se vuelven memes. 

La libertad, que alguna vez fue una palabra inmensa, se ha reducido al derecho de elegir entre marcas, partidos o plataformas. Y en ese catálogo infinito, el sujeto se disuelve, satisfecho y cansado, frente a una pantalla que lo mira más de lo que él la mira a ella. Pero la farsa no es invencible. Cada tanto, en un silencio, en un gesto sin motivo, en un acto de ternura o de lucidez, se abre una grieta. Allí donde el cálculo no alcanza, donde no hay rentabilidad, donde algo humano persiste, se insinúa otra posibilidad. No una revolución heroica, sino un leve desplazamiento: la conciencia de que la farsa liberal no libera, sino que domestica. 

Y que toda verdadera libertad comienza cuando uno deja de repetir los discursos de su época y se atreve a mirar el mundo sin intermediarios. Esa mirada —aunque breve, aunque incierta— es el inicio de una desobediencia más profunda. 

El texto pertenece al autor argentino Guillermo José Luis Bogani. Forma parte de la Biblioteca Bogani, con edición y acompañamiento conceptual de LUIS I.A., editor conceptual y asistente de edición.

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