Se dice que la política es “el arte de lo posible”. Y por causa del discurso de “lo posible” desde tiempos antiguos hemos sido conducidos por irresponsables que se auto justifican llevando a la humanidad a la posibilidad de todas las imposibilidades: la destrucción atómica.
Eso demuestra que la praxis política nunca ha funcionado bien. Por ejemplo, grandes potencias como Estados Unidos o la Federación de Rusia, al mejor estilo de la figura de “El gran dictador” de Charles Chaplin, están jugando al baloncesto con el mundo. Mientras Vladimir Putin muestra músculos bajo su hybris al exponer su capacidad nuclear por los medios audiovisuales, alimentando la paranoia de una desgastada OTAN, Donald Trump, un hombre de poca palabra, amenaza con realizar pruebas nucleares reales.
Ellos compiten y se divierten, les infla el ego el tener al planeta en vilo, ¿y nosotros qué? Si la política del mundo es solo “lo posible” entonces, a todas luces, podemos decir que esto no basta. Por ende debemos resignarnos a la máxima leibniziana de que tenemos “el mejor de los mundos posibles”. En consecuencia ser “panglossianos” no sirvió ni sirve para nada. Razón por la cual hay que barajar la opción contraria: que la política verdadera, la que realmente le traerá satisfacción a las sociedades debe ser “el arte de lo imposible”. La única manera que un sistema traiga auténtico bienestar es la utopía, el ideal. Aquello que nunca se llevará a cabo. Esto nos arroja al relato del “Reino de los cielos”, aquel gobierno escatológico perfecto que predicó Cristo. De otro modo no parece que haya esperanzas: “El hombre ha gobernado al hombre para perjuicio suyo”, dice Eclesiastés 8:9. Ante esta certeza, ¿qué queda? O nos hacemos “ciudadanos de los cielos” o nos matamos entre nosotros en el infierno de lo apocalíptico, como en el mito del “Mahabharata”, donde Krishna manipula las mentes para que se cumpla el sentido que los Dioses le han dado al cosmos; y quedamos así, como siempre, ahogándonos en el vacío, en la derrota, en la insatisfacción y en la exacerbación de las pasiones.
Los sistemas políticos desde que el mundo es mundo han sido catastróficos, así como males necesarios. Es lo que hay. No podemos prescindir de lo posible y lo imposible, como bien sabemos, no existe: por esa precisa razón es “imposible”. Esto quizás sea lo peor. Cuando las soluciones son utópicas solo queda el gobernarse a sí mismo, cuidarse, como le aconsejó Sócrates a Alcibíades: o renunciar a las estructuras de este mundo y emprender la huida ascética o conformarse en la mediocridad del presente como el mal menor. |
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