Sobre profetas y necios (I)
Cuando esté más oscuro, sabed que por allí
amanece.
Un ermitaño suburbano
Al Padre Leonardo Castellani, el verdadero
ermitaño urbano, nunca le calzaron las botas de “profeta”. Rechazaba ese
título. Sus vaticinios eran más bien las conclusiones de un Padre Brown, o
Metri, o Ducadelia… Era un hombre que sabía leer la realidad de las cosas.
Y sí, el resultado parece parecido, pero cambian
las fuentes y el mérito. Y también cambia el peso de esas conclusiones. Porque
al profeta le creemos por fe, pero al que saca conclusiones de los antecedentes
le tendríamos que creer por sus evidencias. Pues bien, no lo hicimos. Y por no
hacerlo fuimos, somos y seremos una sociedad de “necios”. No queremos aprender.
Lo que hoy nos toca vivir a los argentinos ya lo
describió nuestro cura hasta el hartazgo, aunque haya muerto ya hace demasiados
años. Y sí, para reflexionar sobre nuestra Historia y presente hace falta esa
dosis de masoquismo que él tenía. Pero eso se aguanta únicamente si está tiene
el contrapeso del amor esperanzado.
En esta
columnita, me propongo solamente citarlo. ¿Por desahogo? Quizás. Aunque jamás
podremos olvidar que su certeza última era inconmovible: “Dios juega con trampa: tiene escondido en la manga el As de Espada, la
carta de la Resurrección.”
Aunque quizás por poca Fe, la Resurrección la vemos lejos. Estamos en el
medio de la Pasión.
Aquí va la cita: en 1962 Castellani escribe en el diario Tribuna de San
Juan lo siguiente:
“Europa debilitada se puso a tejer —o destejer—el sistema ideal de la
Razón Adulta o “Iluminada” [la democracia], con el libro de un renegado
neurótico como guía La Voluntad General es soberana e infalible; el gobierno
debe pues ser por “asambleas”; y como no se puede asamblear a todo el pueblo,
debe hacerse una pirámide de asambleas de más en más restringidas que
“representen” al pueblo, hasta cuspidear en una suprema, la
“Constituyente”; pero puesto que toda decisión es una reducción a la unidad,
resultó fatal en la práctica que un solo hombre decidiera —Dantón,
Robespierre, Bonaparte— como antaño el Rey; porque las Asambleas, que son el
régimen de los discutidores, habían llegado al más mortífero tremedal. Todo
esto se regó abundantemente con sangre —el árbol de la Libertad— para legar el
bonapartismo, despótica falsificación de la Monarquía. Pero las colonias
inglesas de América, monárquicas de instinto, inventaron el régimen de uno solo
al servicio del Progreso… y del dinero; de uno que está a la vez solo y mal
acompañado. Estaban allá arriba todavía elaborando su régimen sobre el papel:
no estaba completo, y funcionaba un poco en el vacío, cuando copiaron el papel
literalmente —de una mala traducción— en la infeliz cuenca del Plata. Y después
lo cumplieron más o menos, más vale menos. Esta es la hora en que no
funciona más.”
Es cierto, no funciona más. Seguimos dándole aire
artificialmente, pero estamos ante el fin de una era. ¿O alguien cree que en
este mundo y en esta tierra argentina gobiernan “el jefe” o “la jefa” de turno?
Los “grupos de presión” tiene mayor libertad que nunca para hacer absolutamente
todo lo que quieran: desde encerrar por meses a toda la población mundial o
masacrar naciones enteras.
- Y, ¿con qué nos tragamos la famosa “sinodalidad”?
- Con la misma salsa, con tal de que sea fuerte y tape el gusto a
podrido de la sustancia.
- ¿Y la libertad libertaria?
- Por favor, seamos serios. Ya ni decimos:
“por los frutos los reconoceréis”, basta decir: “por sus caras los
reconoceréis.”
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