"¡Mira que al recibir un nombre se recibe un destino!", dice Leopoldo Marechal en "La Patriótica" del "Heptamerón".

pero antes lo había dicho Plauto, el comediante romano, en una de sus comedias: "Nomen atque omen…"
y antes lo había dicho Dios mismo cuando le cambió el nombre a Abram por el de Abraham, porque sería "padre de multitudes", aunque hay judíos que discuten un poco la etimología.
Y antes aún lo había dicho Adán que, a la mujer que primero llamó "isha" (varona), después del pecado original la llamó Eva, porque sería "madre de los vivientes". (qué puedo decir: son meditaciones mirando el fuego de otro poco de invierno real de hoy día, que vino a rescatarme del invierno ficto...)
Así que: attenti! que un nombre es un destino.
El asunto es que aunque conozcamos el significado "material" del nombre, no conocemos el significado "formal", y cómo y por qué llegó en realidad a nosotros y claro que, aunque sabemos que lo hay, no conocemos el destino, y menos sabemos cómo aplica el significado del nombre al destino de quien lo porta, empezando por el propio. Lo cual es una buena cosa: porque una cosa es que haya un destino, cosa indudable; otra cosa es que lo conozcamos, y con certeza, de antemano, y tal como es nuestra natura en el estado presente, el riesgo de errar el vizcachazo o de arrancar para el lado "de los tomates", es un "regalo" que viene con la libertad.
Eduardo Allegri

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