El Eternauta y lo
argentino
El reciente estreno de la serie El Eternauta en Netflix ha generado un
inesperado revuelo. La miniserie de seis episodios, dirigida por Bruno Stagnaro
(Pizza, birra y faso; Okupas; Un gallo para Esculapio), fue producida íntegramente en Argentina y
por argentinos, y en su primera semana de estreno se ubicó en el Top 10 de la
mayoría de los países, en muchos de los cuales se posicionó como la número 1.
La historia, basada en la historieta
homónima de Héctor Germán Oesterheld publicada entre 1957 y 1959, sigue a Juan
Salvo, un hombre común que, junto a su familia y un grupo de vecinos, intenta
sobrevivir a una invasión extraterrestre que asola Buenos Aires. Aislados por
una nevada mortal, deben organizarse, resistir y luchar. La trama, de tono
apocalíptico y profundamente humano, propone una visión del heroísmo basada en
la solidaridad y el trabajo en equipo.
En medio de un panorama audiovisual
muchas veces colonizado por narrativas extranjeras, esta adaptación,
considerada una superproducción sin precedentes en el país, logra algo poco
frecuente: mantener con orgullo elementos profundamente argentinos como el
truco, el mate y la calle porteña (aunque toda cubierta de nieve), y darles
proyección internacional sin perder la raíz. Incluso introduce, de forma
novedosa y valiosa, la temática de Malvinas: Juan Salvo, el personaje
principal, interpretado por Ricardo Darín, es un Veterano de Guerra que
arrastra consigo las huellas de aquel combate por la soberanía nacional,
mientras se adentra en uno nuevo, en el que se encuentra con un viejo camarada
que cumple un rol ejemplar (que no quiero spoilear).
Además, el único flashback de la serie remite a la batalla de Monte Longdon.
Por otro lado, se incluye un emotivo homenaje al pueblo peruano por su apoyo
durante el conflicto del 82.
Como dato de color, vale destacar que, en
todas las traducciones, incluso en inglés británico, se respeta el nombre
“Malvinas” y no el impuesto por los ingleses. En un posteo en LinkedIn, Daiana
Estefanía Díaz, encargada de la traducción, dijo: “era la única opción viable,
no tuve la menor duda. No sólo porque jamás se me ocurriría usar en ese
contexto y en una producción argentina un nombre que no sea Malvinas, sino
además porque sé que ningún argentino, sea real o ficcional, las llamaría de
otro modo”.
Aunque la historia del autor, Héctor
Germán Oesterheld, y su vinculación con el grupo terrorista Montoneros ha sido
eje de polémica, la serie opta por una lectura más universal y humana: “nadie
se salva solo”. Esta frase, lejos de ser un eslogan político, recuerda una
verdad esencial de la tradición cristiana: que el hombre no es una isla y que
sólo en comunidad, en fraternidad, puede sobrellevar el dolor y reconstruir la
esperanza.
Naturalmente, no todo es perfecto.
Algunos espectadores señalaron ciertos altibajos en las actuaciones y los
diálogos, especialmente en los primeros episodios. También se percibe que aún
estamos dando los primeros pasos, como país, en el desarrollo de un lenguaje propio
para géneros como la ciencia ficción o el fantástico, que hasta ahora han sido
patrimonio casi exclusivo del mundo anglosajón. Aun así, lo logrado es un
avance valiente y necesario.
El
Eternauta aparece, en un tiempo de fragmentación
cultural y de pérdida de símbolos comunes, como un fenómeno que vale la pena
observar y, sobre todo, debatir. Porque si algo demuestra esta serie es que
todavía podemos contar nuestras propias historias con dignidad, y que quizás
haya una nueva generación dispuesta a librar, desde el arte, una nueva batalla
por el alma de la Patria.
Nicolás
Canale
(Fundador
de Faro Films y Guionista y Director de 1982 La Gesta*)*
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