Un relevamiento de la Facultad de Psicología de la UBA dice que uno de cada 10 argentinos tiene riesgo de padecer un trastorno mental; mas personas dicen que duermen menos de lo habitual.
Si la Argentina fuera un paciente en el consultorio de un especialista en salud mental, el diagnóstico no sería el más alentador: más de la mitad de la población considera que está atravesando alguna crisis, pero solo la mitad recibe ayuda psicológica.
Seis de cada diez argentinos presentan alguna alteración del sueño y uno de cada diez presenta riesgo de padecer un trastorno mental, número que se mantiene estable desde la pandemia y que es más alto en los más jóvenes, donde también es mayor el riesgo suicida. Así lo advierte un estudio presentado por el Observatorio de Psicología Social Argentino (OPSA), dependiente de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires, que viene realizando anualmente estudios de este tipo desde 2019 y que se presentó esta semana.
Desde las primeras mediciones aumentó significativamente la cantidad de personas que están durmiendo menos de lo habitual, algo que incide directamente en la salud física y mental: del 10%, al comienzo de 2020, pre pandemia al 38% en la última medición, de noviembre de 2024.
Este diagnóstico coincide con un momento particular en cuanto al ánimo social, donde a la luz de las noticias principales de esta semana, reina la crispación y la desazón. Así quedó en evidencia durante los últimos episodios de violencia dentro y fuera del Congreso que se vivieron el miércoles, durante la marcha de los jubilados. La violencia parece estar a la orden del día. Y también, en muchas personas reina el desconcierto y la desazón frente a catástrofes como la inundación de la ciudad de Bahía Blanca.
“El estado de salud mental requiere políticas de monitoreo, detección precoz e intervención. Se recomiendan políticas de promoción de la salud que alienten conductas saludables, desalienten conductas problemáticas, e incrementen el acceso de la población a tratamientos psicológicos”, recomienda el informe.
El objetivo del estudio de estado de la salud mental, explican los autores, es relevar “la prevalencia de la sintomatología psicológica inespecífica, depresiva, ansiosa, y el riesgo suicida, de población adulta, de 18 a 65 años”. Para ello, analiza la relación entre síntomas psíquicos, rasgos patológicos de personalidad y conductas vinculadas con hábitos saludables y poco saludables, se explica. También indaga acerca del acceso de la población general a tratamientos y la percepción de necesidad de los mismos, así como los posibles obstáculos para recibir atención. El diagnóstico indica que los problemas son muchos y la posibilidad de acceder a ayuda, escasa.
Para hacer el diagnóstico, se administraron cuestionarios online en una muestra de 4822 casos. Los participantes debieron responder distintos cuestionarios, uno de ellos, sobre la presencia de sintomatología psicológica inespecífica en relación con 27 síntomas sufridos durante la última semana, en una escala de 0 a 4, donde 0 es nada y 4, mucho.
Algunas de las preguntas indagaban sobre si en la última semana había tenido síntomas como sensación de mareo o desmayo, dificultad para memorizar cosas; miedo a los espacios abiertos o las calles; sentirme con muy pocas energías; pensar en quitarme la vida, perder la confianza en la mayoría de las personas. Otros de los síntomas se identifican con ítems como “Tener miedo a salir solo/a de casa. Sentirme triste. Tener miedos. Sentir que no caigo bien a la gente, que no les gusto. Mi corazón late muy fuerte, se acelera. Náuseas o dolor de estómago. Sentirme inferior a los demás. Tener dificultades para respirar bien. Ataques de frío o de calor. Tener que evitar acercarme a algunos lugares o actividades porque me dan miedo. Sentir que mi mente queda en blanco. Tener un nudo en la garganta”.
“La muestra presenta considerables niveles de riesgo de padecer un trastorno mental. Este riesgo es significativamente mayor, así como la sintomatología depresiva y ansiosa, en los participantes más jóvenes y que se autoperciben de sectores socioeconómicos bajos. Los datos replican los observados en estudios previos, destacándose la necesidad de políticas activas de salud mental a través de la promoción de conductas saludables, el incremento del acceso a tratamientos psicológicos y el desaliento de las conductas problemáticas”, señala el estudio.
Según los resultados, el 26% de los participantes informó recibir tratamiento psicológico y de los que no, el 55,3% consideró necesitarlo. Los participantes de menor nivel socioeconómico percibido y menor edad mostraron indicadores de mayor sintomatología ansiosa y depresiva.
De los 4822 participantes de este estudio, el 49,1 % toma medicación por un problema clínico (por ejemplo, hipertensión), el 24,9%, para dormir, el 22,6% para disminuir la ansiedad, el 16,5% para mejorar su estado de ánimo, el 16,2 % para relajarse y el 7,8% para manejar sus nervios. El 5,4 % toma medicación sin receta
“El malestar psicológico es el resultado de numerosos factores. La forma en la que interpretamos la realidad y regulamos nuestras emociones se encuentran moduladas por nuestra herencia, las experiencias tempranas y el medio social”, dice el documento. Y agrega: “La regulación emocional es más probable cuando el contexto es previsible, ordenado y estable. Los contextos de cambio e incertidumbre suponen un esfuerzo para las personas con menores recursos psicológicos (pero también materiales), dificultando el alcance de la regulación emocional. Por lo tanto, los contextos adversos e inestables constituyen un desafío mayor para la regulación emocional de las personas”, apunta.
El 48,6% de los participantes presentaron niveles de ansiedad entre moderada y severa y el 40,3% niveles de depresión entre moderada y severa. La sintomatología ansiosa consiste en un estado de alerta, preocupación y excitación. Se trata de respuestas emocionales ante el peligro percibido, que afectan particularmente aspectos fisiológicos que indican la intensidad de los síntomas, como la activación automática y ciertos aspectos cognitivos, como pensamientos disfuncionales y exagerados. Los síntomas típicos son hormigueo, sensación de calor intenso, debilidad de piernas, incapacidad para relajarse, miedo, mareos, palpitaciones, sensación de ahogo y sudoración, miedo a perder el control, miedo a morir, entre otros.
La sintomatología depresiva consiste en tristeza, disminución de la capacidad para experimentar placer, pensamientos de contenido negativo (ruina, muerte, fracaso, autocrítica), disminución de la energía, retraimiento social, alteraciones en la atención, la memoria, el apetito (típicamente disminuido pero también puede estar incrementado), el sueño (típicamente insomnio pero puede existir hipersomnia), disminución de la libido, entre los más frecuentes.
¿Qué hacer con el malestar?
Cuando se les preguntó a los participantes ¿qué hace cuando experimenta malestar psicológico o tiene problemas emocionales? (se podían marcar varias opciones), las respuestas fueron: el 35,8% dialoga con amigos, el 22,1% practica el rezo, el 22% recurren a un profesional psicólogo, el 21,2% toma medicación, el 16,4% hace deporte, y el 4,4% consume alcohol, entre otras.
De los 3566 participantes que reportan no encontrarse en tratamiento psicológico, el 55,3% considera necesitar un tratamiento psicológico y el 27,3% dice no necesitarlo. De quienes informan necesitar un tratamiento, se registran diferentes impedimentos. El 39,7% reporta no poder pagarlo y el resto señala que no pudieron acceder a un horario, que las obras sociales o prepagas no lo cubren, no encontrar un servicio gratuito o la preferencia por un tratamiento presencial o no poder realizar un tratamiento a distancia.
Ante la dificultad detectada para recibir ayuda psicológica entre la población que la necesitaría, el documento recomienda políticas públicas que estén atentas a esta realidad y a la promoción de la salud mental, que no solo tienen que ver con la atención psicológica directa, sino con aquellas actividades recreativas, deportivas, de encuentro interpersonal, que favorecen una mejor salud emocional y psicológica.
Fuente: La Nación
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