Derribar el árbol para buscar la semilla
Esta
sociedad me convence, con frecuencia, que ha perdido el rumbo. Se comporta en
forma, prepotente, avara, ambiciosa y caníbal: ha olvidado lo humano, ese soplo
que nos dio el creador y que es el amor:
ese pretendido lazo de unión que
deberíamos mantener. Sin embargo las personas no pueden vivir de esa manera
porque una pesada presencia de la “industria de destrucción” opera, a veces
movida por el dinero, otras por el poder y las más de las veces por la ausencia
de Dios como centro de toda convivencia. No es necesario que todos sean
creyentes o practicantes sino que se acepten esos lineamientos como protocolo mínimo de sentido comunitario. ¿Qué
nos aleja de un modelo sano de convivencia? Además de la búsqueda del dinero
como único fin, las ideologías que son perversas per se. Ahora bien,
convengamos que la fealdad es una nueva forma de resetearnos. Lo feo se instaló
y no lo vimos venir. Empezó en la vulgarización del lenguaje, en los peinados,
siguió en la moda, en los programas
desagradables de la TV (verbi gratia Gran hermano) en Netflix y sus arquetipos.
Atento a que puedan tildarme de vetusto,
tradicionalista, de derechas y la lista sigue, me encuentro con ganas de hablar
de esto. Claro que por estas líneas no espero que la cosa cambie, pero si
animarlo a usted que ve las cosas como yo, y acompañarlo en el trance. Una posible y accesible solución es mantener la cortesía (el usted, el
por favor etc.) incluso cuando no corresponde y defender y testimoniar lo bello
en todos los órdenes de las relaciones humanas. Recuperar el valor de la palabra, la honestidad y el
cuidado de los niños. Eso no es negociable. Yo que piso los setenta cuando voy a un restaurant, un camarero de la
edad de mis nietos me dice ¿Qué desean chicos? ¡Es gracioso! ¿Es gracioso?
La cuestión
es que eso se llama feísmo y existe, es la tendencia que valora lo feo, así
como lee y su característica es la representación de objetos, personas,
animales, lugares o situaciones repugnantes.
Traté de
investigar un poco y llegué a Aristóteles que decía que lo feo no es solo la
antítesis de lo bello, también de lo bueno en sentido moral, es oscuro es lo malo. La fealdad entonces es el
alejamiento del canon de belleza que es el conjunto de aquellas características
que una sociedad considera convencionalmente como lindo atractivo o deseable,
respecto de una persona u objeto. La fealdad provoca rechazo, bueno así fue en
general en el pasado. ¿No le hace ruido todo esto? Algunos tatuajes que veo,
algunos cortes de pelo que buscan evidentemente provocar, uñas extravagantes e
incomprensibles además de peligrosas según se mire. ¿Qué hay detrás de todo
esto? ¿Por qué alguien busca ser feo? He visto expansores y piercings que deforman y caricaturizan a la persona, en
general jóvenes. Es un cruel ataque al
cuerpo para deformarlo, agredirlo. ¿El cuerpo nos pertenece? Se la dejo
picando.
La fealdad no es nueva claro, fue evolucionando
como lo hizo la belleza adaptándose al secularismo. Entre los griegos, lo feo
se relacionaba con el desorden, el error
y el mal. Es todo lo contrario a lo que
buscaban los sabios, y la iglesia, aquellos famosos valores de la tríada: lo
bueno, la verdad, y la belleza. Para Platón,
lo feo es privación, vacío, no-ser, ausencia absoluta.
El que más se explayó fue un filósofo alemán Rosenkranz que
escribió en 1853 Estética de lo Feo.
Allí plantea que la fealdad lejos de ser lo contrario a la belleza es un
fenómeno necesario para comprender la experiencia estética. Hasta ahí todo
bien. Después agrega que existe una relación entre lo feo y la maldad moral que
lo alejan del plano de lo ideal. Se complica pero nos deja pensando.
Todo lo dicho tuvo su culmen en la apertura de los juegos
olímpicos representado una parodia de la Última
Cena de Da Vinci, me sentí ofendido y avergonzado, triste y furioso. No
amigos, no es por ahí. Lo visto es intolerable, lacerante, vulgar, feo y
bufonesco. No, no es por ahí.
Están buscando un nuevo modelo, otra semilla y para ello destrozamos el añejo
árbol. Atendiendo al título de nuestras líneas no busquemos cosas nuevas
dejemos el árbol cómo y dónde está: lo plantaron los abuelos, acabemos con ese
modernismo ateo, perverso y oscuro. El árbol es la semilla.
Eduardo Agustín Gil
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