"El jardín de los cerezos", La última obra escrita (en el sentido literario) por el gran Antón Chéjov.



Recuerdo que Nabókov dijo que el talento del cuentista, dramaturgo y médico ruso, era evidenciar el póshlost, es decir, la banalidad, la mediocridad, la vulgaridad, la falta de talento para vivir.

Hay quien dijo que la muerte de Chéjov fue "vulgar". Algo dicho, claro, después de la muerte "espectacular" de Tolstói, que murió en la misma estación de tren -dicen- donde su Ana Karénina se arrojó a las vías.
Pero el tema es otro y derivado: el extraordinario cuento "El encargo" de Raymond Carver, quien convierte la muerte de Chéjov en imagen sublime:
"'Hacía tanto tiempo que no tomaba champaña'. Se llevó la copa a los labios y bebió. Uno o dos minutos después, Olga tomó la copa vacía de su mano y la puso en el buró. Entonces Chéjov se volvió. Cerró los ojos y suspiró. Un minuto después dejó de respirar."
Entre más, Carver rinde homenaje a "El jardín de los cerezos", el testamento literario de Chéjov:
"Ya no tenía apetito para el trabajo literario, lo había perdido tiempo atrás. Incluso, el año anterior había estado a punto de abandonar El jardín de los cerezos. Escribir esa obra había sido lo más difícil de su vida. Hacia el final, sólo había escrito seis o siete líneas al día. “He comenzado a desanimarme”, escribió a Olga. “Siento que estoy acabado como escritor y cada oración me parece vacía y sin objeto.” Pero no se detuvo. En octubre de 1903 terminó la obra."
Es una maravilla leer a dos escritores talentosísimos. Cada uno, al mismo tiempo, en "sí mismo" y en diálogo.
En el cuento del Gran Carver, Olga, la mujer de Chéjov, "volvió al lado de Chéjov. Estaba sentada en un taburete, tomando su mano, y de vez en cuando le acariciaba la cara. “No había voces humanas, ni ruidos cotidianos”, escribió. “Sólo había belleza, paz, y la magnificencia de la muerte.”"

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