Muy buenos días a todos, espero que iremos conociéndonos. Quiero advertirles que no pienso enseñarles literatura Argentina porque esas cosas no se enseñan. Yo he sido profesor de Literatura Inglesa y Americana durante unos veinte años en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, y me di cuenta de que era absurdo enseñar literatura. Creo que lo que uno puede enseñar es el goce de ciertos libros, el hábito de ciertos libros y que un profesor no tiene derecho a imponer sus opiniones. Yo simplemente invitaba a mis alumnos, les decía: “Voy a enseñarles, digamos, una literatura infinita, que es la literatura inglesa, otra literatura infinita también, por qué no, la literatura americana, y voy a indicarles algunos libros que me han gustado mucho, que son parte esencial de mi vida, y espero que les agraden a ustedes también”. Y conseguí realmente convertir a muchos, no quizás a mis libros preferidos, pero sí a otros; en todo caso, sé que me lo agradecieron. En cuanto a los exámenes, llegué a una técnica que me resultó. Yo siempre les decía a mis estudiantes, y repito aquí estas palabras: “No tengan miedo, no voy a hacerles ninguna pregunta, no les preguntaré fechas porque yo mismo no las sé y se va a descubrir mi ignorancia, pero voy a invitarlos a hablar sobre cierto tema. El tema puede ser Emerson, puede ser el doctor Johnson, ahora ustedes elijan su vida, elijan su estilo, elijan alguna obra en particular, elijan su poesía y hablen, yo no voy a interrumpirlos con preguntas porque las preguntas siempre tienen algo de catecismo, de inquisición, que me parece desagradable”.
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