Dormir sobre una cuerda fue una práctica que existió en algunas zonas, especialmente en hospederías o tabernas de bajo coste, durante el siglo XIX y principios del XX en Europa, particularmente en ciudades como Londres. Era una alternativa barata para las personas sin hogar o con pocos recursos económicos que no podían pagar una cama o una habitación completa.
El concepto era simple: en lugar de una cama, se ataba una cuerda de un lado a otro de la habitación, a una altura de poco más de un metro. Los huéspedes pagaban una pequeña cantidad para poder apoyarse en la cuerda y dormir inclinados, prácticamente colgados. Aunque no ofrecía un descanso reparador, la cuerda proporcionaba algo de apoyo para el cuerpo cansado, y muchos la preferían a dormir en el suelo frío o en la intemperie.
Esta opción de descanso era utilizada principalmente por trabajadores o viajeros pobres que buscaban un lugar donde pasar la noche. A menudo, estos sitios eran extremadamente humildes, mal ventilados, con muchas personas compartiendo el espacio, lo que también los hacía lugares insalubres.
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