Satírico, vulgar, popular o hasta casi diríamos… un poco peyorativo, el adjetivo que se ha dado en aplicar a este tipo de vivienda que a pesar de todos ellos, ha sido y en buena parte de la ciudad sigue siendo, el modelo constructivo que por décadas reinó en el ámbito urbano porteño, al punto que casi me atrevería a decir que para una buena mayoría fue nuestra casa.
Sin embargo, para ser sinceros, la verdad es que el nombre le cae al pelo. Más larga o más corta, respondía a las necesidades (o posibilidades) de su dueño, al igual que su homónimo embutido; cuyo tamaño varía según la frecuencia del lazo con que se los va atando a la salida de la picadora, aunque su contenido siempre es el mismo.
“deriva de la casa pompeyana de patio central que al partirse por el medio, quedó convertida en dos del tipo de la que nos incumbe, etc .etc. Sin embargo, como bien decía el Arq. Mario José Buschiazzo, (de quien, confieso, aprendí a apreciar la Historia y cuyas clases jamás olvidaré), por tiempo, nuestros primeros albañiles (o alarifes como gustaba decir), no fueron los italianos que vinieron más tarde imponiendo sus gustos, sino españoles y sobre todo andaluces, cuya tipología trajeron consigo y que, con los pobres materiales que encontraron en estas tierras, trataron de seguir o al menos imitar; esa casa andaluza de raigambre árabe, en la que se cortan las visuales longitudinales de modo de compartimentar los espacios y distinguir la intimidad de uno de la del otro. Existen muchos ejemplos de lo dicho en antiguos planos de casas virreinales, pero la mejor pauta puede tenerse en los planos del Censo Poblacional del Catastro de Beade. En esa obra, reeditada recientemente por el Instituto Histórico del G.C.B.A., se muestran las siluetas de las casas manzana por manzana, alrededor de los añios 1860-70, y si comparamos cualquiera de ellas con una del plano 1:1000 editado en 1 veremos claramente que el diseño adoptado fue siempre el mismo y no fruto de partición alguna.
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