Hay tres cruces y tres crucificados.
En la más alta, al diome, el Nazareno.
En la de un güin lloraba el grata bueno
mangándole el perdón de sus pecados.
Escracho torvo, dientes apretados,
mascaba el otro lunfa el duro freno
del odio y gargajeaba su veneno
con el estrilo de los rejugados.
¿No sos hijo de Dios? ¡Dale salvate!
¿Sos el rey de los moishes? ¡Descolgate!
¿Por qué no te bajás? ¡Andá, che, guiso!.
Jesús ni se mosqueó. Minga de bola.
Y le dijo al buen chorro: estate piola,
que hoy zarparás conmigo al Paraíso.
Enrique Otero Pizarro fue un hombre polifacético. Abogado, juez, educador, pintor, poeta y boxeador. Nunca publicó un libro de versos propio, pero sí algunos sonetos sueltos, de enorme valor que firmó con el seudónimo Lope de Boedo, lo que revela su pertenencia a uno de los barrios porteños que más aportó al tango y, por extensión, al argot fascinante del lunfardo.
El soneto “Dos ladrones”, despertó la atención del celebrado cantor Edmundo Rivero, quien lo musicalizó y grabó.
Comentarios
Publicar un comentario